Friday, August 9, 2019

La debacle


La Débâcle se publicó en 1892, del autor Emilio Zola. La historia se desarrolla en el contexto de los acontecimientos políticos y militares que terminaron con el reinado de Napoleón III. La novela ha sido traducida como La debacle y The Downfall

La novela comienza en el verano de 1870, cuando, después de graves tensiones diplomáticas, Francia declaró la guerra a Prusia. Los franceses esperaban lograr una rápida victoria marchando sus ejércitos hacia el este, directamente a Berlín. En cambio, los prusianos cruzaron el Rin antes que los franceses, derrotaron al ejército francés e invadieron Francia.
La novela es la más larga de la serie Rougon-Macquart. Su personaje principal es Jean Macquart, un granjero que, después de haber perdido a su esposa y su tierra, se ha unido al ejército para la campaña de 1870. El tema principal es la brutalidad de la guerra para el común de la gente, ya que se ve afectada por las pérdidas de familiares y amigos y por las dificultades económicas.

El campamento se había colocado a dos kilómetros de Mulhouse, hacia el Rhin, en medio de una llanura fértil. Al terminar aquel día del mes de agosto, bajo un cielo plomizo que recorrían las nubes, las tiendas de campaña se alineaban por los campos de labranza y los pabellones formados por los fusiles relucían, se espaciaban por el frente de la línea, mientras que los centinelas con los fusiles cargados, vigilaban inmóviles con la vista fija en lontananza, en las nieblas violáceas del lejano horizonte que subían del río.

Se había llegado de Belfort a las cinco. Eran las ocho y los soldados acababan entonces de recoger sus víveres. Pero la leña debía haberse extraviado, pues no se había podido repartir. No había medio de encender fuego y hacer el rancho. Fue preciso contentarse con mascar galleta fría, remojándola con buenos tragos de aguardiente, lográndose así que las piernas, ya endebles, aflojasen más. Sin embargo, dos soldados, detrás de los pabellones, cerca de la cantina, se empeñaban en querer encender unos trozos de leña verde que habían cortado con sus sables y que no querían arder. Una humareda negra y espesa flotaba en el aire de aquella tarde de una tristeza indefinible.
Tropas prusianas en Torcy, 1870
Tropas prusianas en Torcy, 1870
No había allí más que doce mil hombres, todo lo que el general Félix Douay conservaba del séptimo cuerpo de ejército. La primera división, reclamada la víspera, había salido para Froeschwiller; la tercera se encontraba todavía en Lyon, habiéndose decidido a abandonar Belfort con la segunda división, la artillería de reserva y una división de caballería incompleta. Se habían visto fuegos cerca de Lorrach. Un telegrama del subprefecto de Schelestadt decía que los prusianos iban hacia el Rhin por Markolsheim.
El general, que se encontraba demasiado aislado a la extrema derecha de los otros cuerpos, sin comunicación con ellos, acababa de precipitar su movimiento hacia la frontera, con tanta más razón cuanto que la víspera se había recibido la noticia de la desastrosa sorpresa de Wissemburgo. A cada momento temía verse obligado a rechazar al enemigo o ser llamado para apoyar al primer cuerpo. Ese día, ese sábado tempestuoso, el 6 de agosto, debían haberse batido en algún sitio, del lado del Froeschwiller, bien se presentía al ver el cielo triste por el cual pasaban grandes ráfagas de viento que destrozaban los nubarrones. La división llevaba dos días de marcha, creyendo encontrar siempre los prusianos en esa caminata desde Belfort a Mulhouse.
El día terminaba; la retreta salió de un rincón lejano del campamento, señalada por el redoble de los tambores y los toques de cornetas cuyos ecos se llevaba el aire. Juan Macquart, que estaba ocupado en el arreglo de su tienda de campaña, se puso de pie. Al primer anuncio de la guerra había abandonado su pueblo, Rognes, con la pesadumbre que le había producido el drama en que acababa de perder a su mujer Francisca y las tierras que le había llevado en dote; se había reenganchado a los treinta y nueve años, obteniendo inmediatamente los galones de cabo; con esta graduación se incorporó al 106.º  regimiento de línea, cuyos cuadros se completaban entonces. A veces le causaba extrañeza verse con el capote, él, que después de la batalla de Solferino, había abandonado el servicio, tan alegre por no tener que arrastrar sable y matar gente. ¿Pero qué iba a hacer? Cuando no se tiene oficio, ni mujer, ni bienes, y cuando el corazón está triste, es mucho mejor ir a estrellarse contra el enemigo. Recordaba su frase, ¡vive Dios! Cuando no se tiene valor para trabajar la tierra, hay que defenderla.
Desfile prusiano en París, 1871
Desfile prusiano en París, 1871
Juan, puesto en pie, lanzó una ojeada hacia el campamento que se conmovía al toque de la retreta. Algunos hombres corrían; otros, adormecidos ya, se levantaban, se desesperezaban, desfallecidos, disgustados. Él aguardaba con paciencia la lista, con esa tranquilidad y esa resignación que hacían de él un soldado excelente; sus compañeros decían que si hubiese tenido instrucción, hubiera podido subir mucho; pero él, que solo sabía leer y escribir muy poco, no ambicionaba ni el grado de sargento.
Pero al ver el fuego de leña verde que seguía humeando, interpeló a los dos individuos Loubet y Lapoulle, diciéndoles:
— ¡Dejad eso! nos estáis envenenando.
Loubet, escuálido, con cara risueña, replicó:
—Ya arde, os lo aseguro… sopla tú.
Y empujaba a Lapoulle, un coloso, que intentaba en vano encender el fuego, soplando, con los carrillos inflados, la cara congestionada, los ojos enrojecidos y llenos de lágrimas.
Otros dos soldados de la escuadra, Chouteau y Pache, el primero echado de espaldas como un holgazán que desea estar a sus anchas, el otro en cuclillas, muy entretenido remendando sus pantalones, soltaron una carcajada al ver la horrible cara de aquel bruto de Lapoulle.
—Da la vuelta y sopla por el otro lado y lo harás mejor —gritó Chouteau.
Juan los dejó reír. Acaso no volvería a presentarse a menudo ocasión de reír; él con su aire de buen mozo, con la cara llena y regular, no era melancólico; hacia, como que no veía cuando sus soldados se entretenían.
Pero otro grupo llamó su atención; un soldado de su escuadra, que estaba hablando con un paisano hacía ya algún tiempo; era Mauricio Levasseur, que conversaba con un caballero rubio, de unos treinta y seis años, de cara simpática, que iluminaban dos ojos azules, ojos de miope, por cuya causa se había visto obligado a, renunciar a servir a la patria en el ejército. Un sargento de artillería de la reserva, de aire resuelto, con bigote negro, se había unido al grupo y los tres hablaban como si estuvieran en familia.
Para evitarles algún contratiempo, Juan creyó oportuno intervenir.
—Hará usted bien en marcharse, caballero. La retreta viene y si el teniente le viera…
Mauricio no le dejó acabar.
—Quédese usted, Weiss.
Y dirigiéndose al cabo díjole secamente:
—Este señor es mi cuñado. Tiene un permiso del coronel, a quien conoce.
¿En qué se entrometía ese aldeanazo cuyas manos olían a estiércol? Él, que había sido recibido abogado durante el otoño último, que había sentado plaza y con el apoyo del coronel había sido incorporado al 106. º de línea sin pasar por los depósitos, se resignaba a llevar el morral, pero desde los primeros momentos sentía repugnancia invencible contra aquel cabo, sin instrucción, a quien tenía que obedecer… (La debacle, capítulo 1)

Mi libro
Mi edición de La debacle parece haber pasado malos momentos, está con algunas manchas en la tapa y quizá tenga una rajadura, muy pequeña, pero rajadura al fin, en el frente. Lo abro y en la segunda página me muestra el título: La Débácle (El Desastre). Traducción del francés de M.E. Biagosch. Es la primera edición de 1940. ¿1940? Justo, 1940, otro año de guerras, conflictos y hambre en el mundo, como pasaba en la novela, en La debacle. ¿Será que no aprendemos, los hombres? ¿Qué vamos a tener que pasar guerras y muertes cada siglo, porque no aprendemos que es mejor el amor que la guerra? Igual La debacle es una buena lectura, vale la pena.

La debacle
La debacle, edición de 1940
Artículos relacionados

No comments:

Post a Comment