Que nos manejan como a marionetas, llevados de las
narices como a animales, de un lado para el otro, es cierto. Y que nos gusta
que los otros decidan sobre el camino a seguir, sin detenernos a pensar lo que
es bueno o malo, también es cierto. Porque parece que no nos gusta participar
en la cosa pública, en la política, en la máxima actividad que nos permite
cambiar la realidad, para que estemos mejor, todos, no solo un grupo. Es como
que estamos en los nuestro, nuestro negocio, nuestro proyecto, nuestro campito,
y no queremos ser distraídos de nuestro rumbo. Como si todo lo demás fuera
mínimo cuando en realidad es esa actividad política la que hace que estemos
como estamos, que ganemos o perdamos. Si no esos malos, que nunca hubieras
esperado que estén allí, manejarán los hilos de la humanidad, de la gente que
intentaba realizar sus proyectos, sus sueños, su vida, y no quería ser
molestada de su objetivo. No sólo no
dejaron seguir con sus proyectos, sino que terminaron con todo aliento de vida.
Los Mussolini, Hitler, o Stalin, los peores, se hicieron con el poder, y
aquellos buenos hombres estaban embebidos en sus proyectos personales, sin
importar el destino de toda la sociedad, cuando podrían haber evitado tantas
cosas. Malo, muy malo.
Fijate, por tomar un caso, el de la Guerra
del Chaco, guerra que se peleó entre bolivianos y paraguayos. Ambos países
pobres y que podrían haber estado planificando sus futuros para lograr un
bienestar común. En cambio, se pusieron en una carrera para ver quién se armaba
más, quién lograba un ejército más poderoso, quién la tenía más larga. Y no
faltó quién dijo que todo había sido armado por una empresa multinacional
norteamericana, la Standard Oil, que quería quedarse con las concesiones para
explotar el oro negro. Y no está mal que la empresa privada busque su ganancia,
lo que está pésimo es que los políticos, que manejaban los destinos de esos
países, se hayan dejado manejar como títeres. ¿Resultado? La muerte de 60.000
bolivianos por un lado y de 30.000 paraguayos por el otro.
La Internacional Comunista, 1920 |
Otro caso emblemático fue el de la Brigadas
Internacionales que participaron en la guerra civil española. Resulta que
voluntarios de varias nacionalidades llegaron a España a defender a un gobierno
de izquierda. Como cruzados que marchaban al grito de “muera el fascismo”
llegaron desde lugares tan distantes como la Unión Soviética o Argentina. La
bandera roja del comunismo internacional ondeaba orgullosa por los mártires que
iban a morir por esas causas locas que luego todos olvidarían y ni el mismo
Stalin siguió apoyando. Unos gritaban por los ideales de igualdad, otros lo
hacían por la democracia. Lo cierto es que la propaganda de uno y otro lado
hizo de las suyas y los que la pagaron, como siempre, fueron los comunes, los
que no tienen nada, que dejaron todo en el campo de batalla y sumaron más huérfanos
a la sociedad.
Riga, ejército soviético |
El sobreviviente de los campos de trabajos forzados
alemanes Ilje
Buz declaraba que no podía volver a su propio país pues terminaría preso
durante 20 años, por no pegarse un tiro antes de entregar sus armas, de acuerdo
a la propaganda oficial del comunismo de Stalin.
Lo que digo es que hay que participar en lo que hay
que participar sin ceder un milímetro ni dar lugar para que los malos,
delincuentes, y mal intencionados se hagan con las arcas públicas, para
tomarlas como tesoro personal y que les sirva a ellos para ascender en la
escala social. Los mejores no están en la política y es por eso que estamos
como estamos. Al borde del default, de la disolución, de la hecatombe. De
izquierda o de derecha, no importa, porque en definitiva todos deben querer el
bien del país, de la gente, de sus hermanos. Tenemos que participar. Lo
importante es que sea gente de coraje, con valores, que tengan ganas de poner
el hombro al país y dejar un poco la piel, como lo hicieron los patriotas en
otros tiempos, que luchaban arriesgándolo todo.
Suficiente tenemos con todos aquellos que vienen de
afuera a vivirnos, a explotarnos, como para aceptar a nuestra propia gente aprovechándose
de la situación de desmadre para llevar agua para su propio molino. No hay que
aceptar que nos manejen como ovejas y tenemos que participar en la cosa
pública, en la política. No queda otra, por nosotros mismos y nuestros hijos.
Por un futuro mejor.
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